Cuando en una conversación se introduce como tema de tertulia la política, esa abstrusa materia de la que reconocemos saber muy poco, se produce una meteórica mención descalificadora y negativa sobre las funciones que desempeñan los representantes elegidos por sufragio universal.Para no fomentar animadversiones preferimos coincidir en tópicos convenientes que son muy socorridos en este tipo de situaciones conflictivas, no en vano creo que los españoles todavía no hemos aprendido a respetar la discrepancia ajena y a los hechos me remito para aseverar tal afirmación.
Retrospectivamente, mirando hacia atrás en la dilatada andadura histórica de este país que todavía se sigue llamando España, parece que el desgobierno y el despotismo han sido una constante habitual.Hubo caudillos que no dudaron en ejecutar horrorosas masacres con tal de no dejar enemigos a su espalda, como el cartaginés
Aníbal Barca o el pretor romano
Galba, responsable directo de la matanza de miles de lusitanos.Los hubo que antepusieron una homogeneidad artificiosa, sugerida por una institución que se arroga del derecho a velar por nuestras almas, a la rica heterogeneidad existente, a costa de la expulsión de decenas de miles de personas nacidas en suelo hispano que se vieron obligadas a abandonar su tierra y sus pertenencias.Otros hubo que pecaron de megalómanos, sobreestimando sus fuerzas sin contar con una naturaleza que se rebela ante el desafío nimio de un vulgar ser humano por mucha corona que porte sobre su frente.Hasta hubo uno que, temeroso de otras fabulaciones que no fueran la suya misma, se refociló en una absurda y sangrienta represión de los que ya habían sido vencidos.Hemos tenido gobernantes malos, peores y pésimos, esa es la verdad.Estoy seguro que otras naciones pueden decir tanto de lo mismo.Pero esto no sirve como consuelo, ni aunque sea mal de muchos.
Cuando el siglo XIX desgranaba sus primeros años ya la España de entonces era capitaneada por un Borbón de nombre Carlos, IV de su nombre.Turbulentos tiempos de revoluciones burguesas en el país vecino, de motines y algaradas populares contra la figura del valido
Godoy, hombre avispado y oportunista como tantos ha dado la nación española.Precisamente, tras uno de esos frecuentes motines, el de
Aranjuez, el monarca se vio obligado a abdicar en la figura del más encarnizado enemigo del favorito real, su hijo y heredero Fernando VII.Poco pudo disfrutar de su recién conquistado trono porque un ambicioso Napoleón Bonaparte le obligó a abandonar suelo español primero para despues urdir una vergonzosa pantomima que terminó con la renuncia al trono del distinguido rehén en favor del que más tarde sería popularmente conocido como
Pepe Botella, José Bonaparte.
Durante cinco años, los combatientes españoles, uniformados y guerrilleros, lucharon bravamente por la restitución de la monarquía hispana así como por la expulsión del invasor galo.Derrotado Napoleón,
Fernando el Deseado, apodado así por su atormentado cautiverio víctima de la crueldad del corso universal, es recibido entre la apoteosis y el entusiasmo popular en Madrid.Respaldado por el fervor popular y por sectores del ejército, restaura el absolutismo monárquico y decreta la nulidad del régimen constitucional nacido de la
Constitución de Cádiz de 1812, aboliendo las Cortes y todas las instituciones derivadas del malogrado experimento liberal.
Una vez restablecido nuevamente su patronazgo, tras el trágico fin del trienio liberal(1820-1823) gracias a los
Cienmil hijos de San Luis y decapitado su cabecilla e inspirador,
Rafael de Riego, da comienzo la que se da en llamar la década ominosa(1823-1833), un período nefasto en la historia de España por una atroz persecución y represión del elemento liberal, junto con una arbitraria y caprichosa clausura de periódicos y universidades y la no menos traumática pérdida de la hegemonía colonial con la independencia de todas las naciones de la América del Sur hispana.
Episodios como la luctuosa odisea de un héroe de la Guerra de la Independencia como Juan Martín Díez,
el Empecinado, camino del cadalso, tuvieron lugar en esta década que no tuvo nada de prodigiosa.Parece que tamaño déspota solía rodearse de sus cortesanos y amigos para tomar decisiones que incumbían a la mayoría de los españoles, inaugurando o, por que no, continuando con una forma de politiquear que sigue plenamente vigente.De entonces data ese dicho tan castizo que afirma que
Así se las ponían a Fernando VII, aludiendo a la amistosa costumbre de su
camarilla consistente en facilitar las carambolas del monarca cuando jugaba al billar.Lógicamente, intereses particulares y componendas reales guiaron durante décadas el rumbo de la política española.Y por si todo esto fuera poco, a Fernando VII debemos la sangría fratricida que inundó todo el siglo XIX con las guerras carlistas.Un gobernante modélico, vamos.Y eso que era el
Deseado.
Saludos.
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