HOLOCAUSTO
Todavía hoy sigue siendo una incógnita intentar comprender la aquiescencia y la amnesia colectiva en la que se sumió la sociedad alemana coetánea de los ominosos sucesos acaecidos durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.Una sociedad culta, altamente preparada académica y profesionalmente, próspera, concienciada decidió, involuntariamente, taparse los ojos ante los continuos atropellos a las libertades y los derechos humanos que acometió un visionario gobernante aupado al poder por la ciudadanía a través de la máxima expresión de la soberanía popular, las urnas.Una inacción generalizada que no fue exclusiva del pueblo alemán a la hora de detener la horrorosa espiral de muerte y desolación sembrada por Hitler a lo largo y ancho de la vieja Europa.Cuando las primeras tropas americanas alcanzaron el campo de concentración de Mauthausen un espectáculo dantesco apareció ante los ojos de los animosos soldados, el escenario del terror urdido conscientemente por una mente diabólica, enfermiza, maquiavélica a la vez que capaz de desarrollar los más elevados instintos estéticos.
Han pasado más de 60 años desde que se puso fin a aquella devastadora sangría humana y se sigue recordando periódicamente la memoria de millones de seres humanos que pagaron con su vida la necrófila obsesión de un megalómano por la consecución de un ideal utópico.Creo que es lícito, incluso algo de obligado cumplimiento, refrescar la memoria colectiva de la sociedad mundial a fin de evitar la repetición futura de unos hechos altamente condenables que han dejado una mancha imborrable en la dudosa reputación del ser humano.Sin embargo, una somera mirada hacia el devenir histórico posterior a estos horribles crímenes parece confirmar aquello tan manoseado de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.Sucintamente, puedo recordar las atrocidades cometidas por el camboyano Pol Pot y sus khmers rojos en aras a una uniformidad política en cuyo nombre sagaces conductores de masas como Stalin y Mao-Tse-Tung institucionalizaron el asesinato sistemático y premeditado de disidentes y detractores.
En nombre de una limpieza étnica que encubre otras aviesas motivaciones, la mayoría hutu enloqueció en una ordalía de sangre dirigida contra sus rivales tutsis en la olvidada Ruanda.Y muy cerca de aquí, no hace tanto que viejas rencillas vecinales resucitaron en la extinta Yugoslavia para justificar la reinvención del horror de los campos de concentración y la aniquilación masiva de seres humanos por razón de raza o religión.Y a diario podemos observar a través de la imagen catódica de nuestros aparatos de televisión, ese conflicto enraizado poderosamente en Palestina que indica, fehacientemente, lo poco o nada que los herederos de aquellos que perdieron sus vidas por su origen hebreo, han aprendido de aquella luctuosa lección de la historia humana.
Parece que los seres humanos portamos en nuestro interior la semilla del mal aletargada, esperando que se den las condiciones necesarias para su germinación.Quizás la solución pase por aislar el crecimiento de esa semilla para evitar su propagación, dado que exterminarla sería como exterminar a la misma conciencia humana.Un solo plantón podrá desarrollarse, aunque tarde o temprano, sin el soporte y la protección de otros como él, terminara por secarse y desaparecer.Siempre nos queda la esperanza de confiar en el ser humano.
Saludos.