La máxima cota alcanzada por la evolución de las especies se materializa en un informe, voluminoso e intrincado órgano humano, ese prodigio de las leyes biológicas conocido como encéfalo que supone, por el momento, el culmen de un proceso lento y dilatado a lo largo de miles de millones de años.Un órgano tan perfecto permite el desarrollo de una inteligencia muy superior a la del resto de los animales, entendida como capacidad para observar el entorno, procesar la información y generar respuestas automotivadas.Esa capacidad de pensamiento y análisis que permite la captación de conceptos abstractos y la elucubración sobre algo tan inherente a la naturaleza humana como es la muerte.Porque la muerte ha ocupado un lugar preferente dentro de la conciencia humana desde los albores de la humanidad, cuando primitivos cazadores organizaban respetuosas ceremonias en honor a sus seres desaparecidos y elegían profundas cuevas como eterno lugar de reposo para sus restos.Siempre nos ha preocupado la muerte, esa siniestra compañera que acecha en el umbral para recoger su cosecha, y el culto a los muertos y antepasados es tan antiguo como las primeras colectividades humanas.
Ciertas culturas asocian la muerte con la liberación del alma, la superación de la existencia terrenal para morar en un lugar de la conciencia exento de las humanas pasiones que todo lo envilecen, un cielo de pureza, autenticidad y bondad permanente que recibe nombres tan sugerentes como Paraíso, Walhala, Campos Elíseos.Aunque para aquellos mortales que no contrayeron los méritos suficientes para hacerse acreedores de figurar entre los dignos merecedores de las glorias y esplendores del cielo, se reserva una tormentosa estancia en un tenebroso antro dominado por la abyección, la crueldad y el sufrimiento eterno conocido como Hades, Infierno, Averno.
Valiéndose de la abnegada fe y el profundo respeto demostrado por los colectivos humanos a sus antepasados, aparecen codiciosos personajes que, disfrazados tras una pátina de conocimiento oculto, se aprovechan de las ciegas creencias comunes para ocupar una privilegiada posición dentro del esquema social de la colectividad.Conocer los mecanismos necesarios para poder decodificar las señales enviadas por los que han traspasado el umbral de la vida se enmarca dentro de este conjunto de materias reservadas a una escogida élite sacerdotal.
Es dentro de este marco en el que se inscribe la práctica de la
nigromancia, entendida como adivinación mediante la consulta a los muertos o a sus espíritus.Extremadamente curioso resulta interpelar a unos entes que vagan por las esferas exteriores de la conciencia humana acerca de acontecimientos futuros que todavía han de ocurrir.Algo que, pese a su aparente contradicción, no deja de mantener su poso de realidad.A menudo, el pasado es la herramienta más útil para predecir y determinar lo que ha de pasar.Y al pasado me remito para constatar la veracidad de mi afirmación.
Nigromantes, brujos, adivinadores, chamanes, hechiceros, magos, siguen medrando en nuestras sociedades modernas, aunque, en su mayor parte, lo único que predicen es el pasado, algo que no se puede predecir, ni se debe.Aunque, indudablemente, contribuyen solapadamente a construir el futuro, que es verdaderamente lo único que se puede hacer respecto al mismo.¿Cúanto hay de nigromante en cada uno de nosotros?
Saludos.
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