De un pasillo de autobús, para más señas.Porque lo cierto es que azares de la vida profesional obligan a uno a pasar demasiado tiempo observando el tráfago humano que recorre ese pasillo de sentido único.Tanta experiencia acumulada en tales menesteres me ha predispuesto a pergeñar un bosquejo acerca de la compleja y abigarrada galería de personajes que pululan por ese sucinto espacio.
El dicharachero
El conductor podría quejarse con razón de que no tiene quién le hable.Aunque ha llegado la panacea, ese hombre que deliberadamente se sienta en la primera fila para amenizar la apabullante monotonía de un trayecto que dicho conductor realiza varias veces al día.Y si se descuida, que suele ser lo habitual, no sólo será el conductor quién disfrute de sus sagaces chascarrillos y cuentos de la lechera.Merecería por lo menos un puesto a la derecha de Dios padre, sin pretender pasar por blasfemo.
El posesivo
No siempre es dable sentarse en unas plazas de las cuales una no esté ocupada, pero cuando eso ocurre nuestro ave rapaz se lanza en picado para asentar sus reales y tomar solemnemente posesión de SUS plazas,la plaza es mía diría la niña de El Posesionista, porque a partir de ese momento ambas pasan a su propiedad.Subterfugios como colocar la bolsa, mochila, abrigo o incluso paragüas, que también tienen derecho a lugar en plaza, en el asiento que queda libre suelen ser bastante efectivos a la hora de disuadir a incómodos inquilinos pretendientes a la plaza en cuestión.Mirar el horizonte cual Colón oteando el camino a las Indias también es un socorrido recurso.
El intruso
Al hilo del anterior, y ateniendose rigurosamente a la teoría de la antimateria que preconiza la existencia de una antipartícula para toda partícula subatómica, nuestro avezado personaje se empeña en subvertir el orden natural establecido por el posesivo.Para ello deberá afrontar sus esquivas miradas y buscandole los ojos descerrajarle un "me permite, por favor" que termine por derruir la muralla que, en tiempo record, el posesivo erigió para protegerse del mundanal ruido.Claro está que la victoria puede llegar a ser pírrica, aunque nunca está mal bajarle los humos a un pérfido posesivo.
La ciernepedos
Dícese de aquella mujer que, cual abeja libando de flor en flor y tiro porque me toca, no encuentra un asiento apropiado para su esbelta anatomía y se desplaza de una plaza a otra cual serpiente reptando por un mar de arena.No contenta con haber elegido un sitio, no dudará en repetir la operación cada día de cada año de cada lustro de cada...Parece el conejo de Duracell sin tocar el tambor.
El abarcador
Digamos que, a grandes rasgos, es una extensión, muy extensa además, del posesivo.Algunas personas, merced a su particular constitución física, no precisan de triquiñuelas para apoderarse de un par de plazas porque sencillamente su anatomía ya lo hace por ellos.Ante este personaje se estrellará una y otra vez el intruso, con la Iglesia hemos topado amigo intruso, porque ante las obras de la naturaleza nada pueden sus artimañas.Envanecido por su descomunal ventaja, el abarcador se derramará por los asientos como la miel sobre una rebanada de pan.Yo creo que incluso a la misma velocidad, que no tiene nada que ver con el tocino, como todos sabemos.
La estatua
Es admirable la prestación que ofrece este digno ejemplar de la fauna buseril a la creación artística.Si no fuera por una leve agitación de su pecho parecería que nos encontrásemos ante una copia exacta de El Pensador de Rodin o de la Venus de Milo, pero con brazos y ropa hasta las cejas.Digamos que, y según para quién, es un compañero de viaje ideal porque ni habla, ni siente, tan sólo respira y esto en los tiempos que corren hay que valorarlo como se merece.
El caracol
Así como un gasterópodo se desplaza con la placidez que lo caracteriza, este sublime exponente de la grey del bus se recrea en la contemplación del paisaje mientras su etérea figura recorre el interminable pasillo que lo conducirá al paraíso de su asiento.Que duda cabe de que dentro de lo que nuestro avezado émulo de caracol considera panorama está incluido el escrutinio minucioso de todos y cada uno de los rostros de aquellos incautos viajeros que cometen la supina torpeza de desviar su mirada hacia él, algo que, dada su velocidad de desplazamiento, es prácticamente imposible.Cual John Wayne escrutando al personal del Saloon, así nuestro gasterópodo cotidiano rastrea impasible el entorno hasta encontrar una faz amiga que se digne comprender su trágico destino.
Supongo que hay muchos más personajes ahí afuera, como diría Frank Furillo, pero esos quedan para otro día.Y como no quiero ser más papista que el Papa, me refiero a Benedicto no a mi progenitor que quede claro, quede claro que un servidor puede asociarse con cualquiera de los descritos.
En el fondo todos encubrimos un Dr. Jekyll y Mr. Hide dentro de nosotros.¿O tú acaso estás libre de pecado?.Si vas a tirar la piedra, avisa.
Saludos.
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