L'OREAL

Entre las numerosas conquistas de la sociedad del bienestar, que potencian la demanda masiva de productos catalogados como necesidades puramente accesorias, cobra especial relevancia el cuidado de la piel y el cabello humanos.Liberado de la dependencia exclusiva de necesidades primordiales, el consumidor humano presta a su carcasa exterior la atención que merece, algo que ya viene haciendo desde que el mundo es mundo.De todos es conocida la contumaz afición de los soberanos y soberanas del Antiguo Egipto por embellecer sus facciones con todo tipo de afeites y barrocos maquillajes y se ha llegado a documentar la aparición de diversos artefactos y utensilios en sepulturas persas, sumerias, romanas, hititas o minoicas destinados al cuidado e higiene personal como elementales pinzas, peines de variadas facturas o recipientes para contener esencias y extractos para el ornato personal.

Que el ser humano se preocupa por su aspecto es perogrullo, seguramente ya lo hacía mucho antes de que ningún espejo reflejase su imagen.Lo cierto es que con la expansión del capitalismo como sistema económico mayoritariamente establecido en todo el orbe, al mismo tiempo se ha extendido a toda la pirámide social en su conjunto esa preocupación, un factor minoritario y elitista en el pasado no tan lejano.Y el que más y la que menos se mira y se remira en el espejo, descubriendo como el devastador efecto del paso del tiempo cubre de erosiones, puntos, arrugas, manchas y todo tipo de imperfecciones nuestra rosada piel.

Dados como somos amantes de perseguir idealizaciones y modelos que aunan deseos y ansias de perfección, nos dejamos seducir por campañas publicitarias de reconocidas marcas del mundo de la cosmética y la estética personal como la casa L'Oréal mostrando resplandecientes rostros de brillantes, tersas, cuidadas, proporcionadas facciones que encarnan el canon de belleza occidental.

Nunca encontró cobijo en mi rosario de obsesiones cotidianas un excesivo miramiento por la imagen que devuelve el espejo, aunque reconozco que correlativamente al crecimiento cronológico y personal se va fraguando una creciente vanidad que me impulsa a intentar rescatar los escasos cascotes que se salvaron del naufragio.Esos rostros lampiños, torneados, sin un ápice de grasa, esculpidos a golpe de brocha y delineador son una entelequia inalcanzable para un sufrido ciudadano que positivamente, y en su fuero interno, sabe que toda belleza es pasajera.Un instante de belleza que pasa por delante de nuestros ojos a la velocidad del autobús tempranero.Y ahora, si conoceis algún producto capaz de eliminar los excedentes sebáceos que se ceban con mis poros faciales, ya estais tardando en desembuchar esa preciada panacea.

Saludos.