ANÍBAL BARCA
Recuerdo la tremenda expectación con la que, sentado en un pupitre escolar durante una clase de Sociales, asistí a la explicación de la profesora correspondiente sobre la heroica gesta emprendida por el cartaginés Aníbal Barca en el paso de los Alpes con su heterogéneo ejército flanqueado por sus imponentes paquidermos africanos, los archifamosos elefantes.
Descendiente de la aristocrática familia de los Bárcidas, potentados cartagineses de la Península Ibérica, hijo de Amílcar, el caudillo púnico bajo el cual Cartago alcanzó su preponderancia sobre el mundo conocido, Aníbal creció en un ambiente militar amamantado mediante un feroz odio a lo romano.Cuando prendió la chispa, cerco de Sagunto, que encendió la segunda guerra púnica, Aníbal encontró, si no lo buscó premeditadamente, la motivación necesaria y suficiente para atajar de raíz el peligro que significaba el enemigo romano que comenzaba a despuntar como potencia mediterránea y de paso, dar rienda suelta a su indesmayable inquina hacia lo romano.
Para llevar a cabo tal megalómana empresa, se aprestó a reclutar un numeroso ejército compuesto en su mayor parte por auxiliares y aliados pertenecientes a pueblos peninsulares, incluso contó con la valiosa contribución de los honderos baleáricos, con el que se dispuso, en la primavera del año 218 antes de Cristo, a cruzar Pirineos y Alpes para dar batalla a su contrincante en su propio terreno.
Pero el paso de los Alpes se convirtió en un verdadero suplicio para la numerosa comitiva militar, cifrada en 50000 hombres, 9000 caballos y 37 elefantes, dada la escabrosidad del terreno, el deshielo de las cumbres nevadas y la ausencia y la angostura de los caminos transitables.Casi la mitad de las tropas no llegaron a divisar la llanura del Po, pagando un alto precio por su osadía, los unos despeñados por profundos desfiladeros sin fondo, los otros ateridos de frío y devorados por el hambre, los más atrapados inmisericordemente en el lodazal formado por el deshielo y sepultados por la furia incontenible de los imprevisibles aludes.
Mas el fuego interior que avivaba la llama del eterno odio jurado por Aníbal a los romanos, nunca se apagó a pesar de las penosas vicisitudes alpinas que diezmaron su nutrido ejército.Descendió a las planicies del Po y aguardó pacientemente la embestida romana, que no tardó en llegar.Una pericia digna de tal estratega militar le permitió derrotar a las armas romanas en esas 4 batallas sucesivas que han llegado a constituir un particular latiguillo para los infantes escolarizados de mi generación: Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas.
Despues de la debacle romana de Cannas, 216 a.C, cuando parecía que Roma se hallaba a merced del invicto cartaginés, ocurrió un hecho inexplicable dentro de la lógica militar.Aníbal eludió marchar sobre Roma y se limitó a invernar sobre el campo capturado, a la espera de recibir refuerzos desde Cartago o desde Hispania.Una ayuda que nunca llegó a su destino.Este respiro permitió a los romanos reorganizarse y conferir el mando al que pasaría a la posteridad como Escipión el Africano, otro aventajado estratega en el arte de la guerra.
La asfixiante táctica romana obtuvo sus frutos y Aníbal, acorralado como una oveja ante una manada de lobos, tuvo que retirarse de Italia en ayuda de una Cartago sitiada por Escipión.Despues vino la cruenta batalla de Zama y el ocaso cartaginés junto con la imparable expansión romana.Aníbal consiguió sobrevivir a la deshonrosa derrota, aunque nunca dejó de rumiar su profunda aversión al elemento opresor.Finalmente, Roma aceleró su suicidio en Bitinia en el año 183 a.C. al solicitar su inmediata entrega a su régulo.
Nunca se puede aventurar lo que pudo pasar si la duda no hubiera atenazado el ánimo del Bárcida, aunque cabe pensar que su falta de determinación pudo influir en el posterior desarrollo de los acontecimientos históricos.Es posible que a su renuente odio a lo romano, se pudo añadir un doloroso pensamiento sobre una terrible decisión que le acompañó para el resto de sus días.Aníbal simbolizó para Roma una permanente espada de Damocles, siempre afilada y presta a cercenar la hegemonía romana.Aunque como siempre, la historia la escribieron los vencedores.Y así se la contamos a los pequeñines.Colorín, colorado.
Saludos.
Descendiente de la aristocrática familia de los Bárcidas, potentados cartagineses de la Península Ibérica, hijo de Amílcar, el caudillo púnico bajo el cual Cartago alcanzó su preponderancia sobre el mundo conocido, Aníbal creció en un ambiente militar amamantado mediante un feroz odio a lo romano.Cuando prendió la chispa, cerco de Sagunto, que encendió la segunda guerra púnica, Aníbal encontró, si no lo buscó premeditadamente, la motivación necesaria y suficiente para atajar de raíz el peligro que significaba el enemigo romano que comenzaba a despuntar como potencia mediterránea y de paso, dar rienda suelta a su indesmayable inquina hacia lo romano.
Para llevar a cabo tal megalómana empresa, se aprestó a reclutar un numeroso ejército compuesto en su mayor parte por auxiliares y aliados pertenecientes a pueblos peninsulares, incluso contó con la valiosa contribución de los honderos baleáricos, con el que se dispuso, en la primavera del año 218 antes de Cristo, a cruzar Pirineos y Alpes para dar batalla a su contrincante en su propio terreno.
Pero el paso de los Alpes se convirtió en un verdadero suplicio para la numerosa comitiva militar, cifrada en 50000 hombres, 9000 caballos y 37 elefantes, dada la escabrosidad del terreno, el deshielo de las cumbres nevadas y la ausencia y la angostura de los caminos transitables.Casi la mitad de las tropas no llegaron a divisar la llanura del Po, pagando un alto precio por su osadía, los unos despeñados por profundos desfiladeros sin fondo, los otros ateridos de frío y devorados por el hambre, los más atrapados inmisericordemente en el lodazal formado por el deshielo y sepultados por la furia incontenible de los imprevisibles aludes.
Mas el fuego interior que avivaba la llama del eterno odio jurado por Aníbal a los romanos, nunca se apagó a pesar de las penosas vicisitudes alpinas que diezmaron su nutrido ejército.Descendió a las planicies del Po y aguardó pacientemente la embestida romana, que no tardó en llegar.Una pericia digna de tal estratega militar le permitió derrotar a las armas romanas en esas 4 batallas sucesivas que han llegado a constituir un particular latiguillo para los infantes escolarizados de mi generación: Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas.
Despues de la debacle romana de Cannas, 216 a.C, cuando parecía que Roma se hallaba a merced del invicto cartaginés, ocurrió un hecho inexplicable dentro de la lógica militar.Aníbal eludió marchar sobre Roma y se limitó a invernar sobre el campo capturado, a la espera de recibir refuerzos desde Cartago o desde Hispania.Una ayuda que nunca llegó a su destino.Este respiro permitió a los romanos reorganizarse y conferir el mando al que pasaría a la posteridad como Escipión el Africano, otro aventajado estratega en el arte de la guerra.
La asfixiante táctica romana obtuvo sus frutos y Aníbal, acorralado como una oveja ante una manada de lobos, tuvo que retirarse de Italia en ayuda de una Cartago sitiada por Escipión.Despues vino la cruenta batalla de Zama y el ocaso cartaginés junto con la imparable expansión romana.Aníbal consiguió sobrevivir a la deshonrosa derrota, aunque nunca dejó de rumiar su profunda aversión al elemento opresor.Finalmente, Roma aceleró su suicidio en Bitinia en el año 183 a.C. al solicitar su inmediata entrega a su régulo.
Nunca se puede aventurar lo que pudo pasar si la duda no hubiera atenazado el ánimo del Bárcida, aunque cabe pensar que su falta de determinación pudo influir en el posterior desarrollo de los acontecimientos históricos.Es posible que a su renuente odio a lo romano, se pudo añadir un doloroso pensamiento sobre una terrible decisión que le acompañó para el resto de sus días.Aníbal simbolizó para Roma una permanente espada de Damocles, siempre afilada y presta a cercenar la hegemonía romana.Aunque como siempre, la historia la escribieron los vencedores.Y así se la contamos a los pequeñines.Colorín, colorado.
Saludos.
3 Comments:
Se me hace difícil que alguien dedique su vida y la de los demás a saciar un resentimiento.
Pero hay muchos Anibal Barca
Lula:
Haylos, haylos, sin duda...el objeto de su ira es el que alienta sus latidos...
Agur.
Siempre me ha llamado la atención la tremenda asimetría que existe entre la información entre Roma y Cartago. ¿Habeís visto que poca información solemos tener de Cartago? Y cuando se habla, tan solo se habla de Anibal.
Recientemente, he leído un libro sobre la destrucción de Cartago. Se llama "Cartago, el imperio de los Dioses", de Emilio Tejera Puente (creo), Ed. Via Magna. Es una novela histórica realmente recomendable.
Lo siento, no hay elefantes ;)
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