CUENTO DEL APARCADO
Érase una vez que se era una populosa ciudad de las afueras, en un coqueto barrio apartado del mundanal ruido del centro, habitado por humildes personas de variopintas procedencias que vivían en una correcta comunión. Había en el barrio una calle muy transitada, en uno de cuyos arcenes se encontraba varado un olvidado automóvil receptor de la pública indiferencia y sumido en un penoso marasmo de desesperación.
El pobre vehículo abrigaba la vana ilusión de que su amable dueño, algún día, tuviera la deferencia de recordar su ubicación.Mas los días pasaban, los meses, estaciones, los años, uno, tal vez dos, y el automóvil se sumía en el abismo de la decepción fruto del imperdonable olvido de su amado dueño.Tan pronto crecía la hierba bajo sus ruedas como se acumulaba la pesada nieve sobre su armadura metálica o las caducadas hojas de los árboles de la acera, los risueños pajarillos dejaban caer su nauseabunda mercancía y capa tras capa de suciedad se iba acumulando por toda la extensión de su ser.
Algunos generosos transeúntes se paraban a expresar su compasión al abandonado, incluso se atrevían a liberarle de los envoltorios con los que los chiquillos se regodeaban de su pésima suerte.El triste automóvil veía ante sí un negro futuro en el depósito del municipio, enterrado en vida, cuando no reducido a mera chatarra o desechado en cualquier orilla de un solitario camino.
Pero cuando ya el automóvil había perdido toda esperanza de ser rescatado, una soleada mañana de primavera, he aquí que se presentó su dueño y procedió a liberlarlo de la prisión en la que había estado recluido por espacio de un intemporal momento.No hubo reconvención, ni palabras de consuelo, pero el automóvil, noble, olvidó sus recelos y volvió a reencontrarse con la felicidad.Y con su dueño.
Sin embargo, para el narrador supuso el fin del cuento.Bonito y edificante cuento, con el típico final feliz.
Saludos.
El pobre vehículo abrigaba la vana ilusión de que su amable dueño, algún día, tuviera la deferencia de recordar su ubicación.Mas los días pasaban, los meses, estaciones, los años, uno, tal vez dos, y el automóvil se sumía en el abismo de la decepción fruto del imperdonable olvido de su amado dueño.Tan pronto crecía la hierba bajo sus ruedas como se acumulaba la pesada nieve sobre su armadura metálica o las caducadas hojas de los árboles de la acera, los risueños pajarillos dejaban caer su nauseabunda mercancía y capa tras capa de suciedad se iba acumulando por toda la extensión de su ser.
Algunos generosos transeúntes se paraban a expresar su compasión al abandonado, incluso se atrevían a liberarle de los envoltorios con los que los chiquillos se regodeaban de su pésima suerte.El triste automóvil veía ante sí un negro futuro en el depósito del municipio, enterrado en vida, cuando no reducido a mera chatarra o desechado en cualquier orilla de un solitario camino.
Pero cuando ya el automóvil había perdido toda esperanza de ser rescatado, una soleada mañana de primavera, he aquí que se presentó su dueño y procedió a liberlarlo de la prisión en la que había estado recluido por espacio de un intemporal momento.No hubo reconvención, ni palabras de consuelo, pero el automóvil, noble, olvidó sus recelos y volvió a reencontrarse con la felicidad.Y con su dueño.
Sin embargo, para el narrador supuso el fin del cuento.Bonito y edificante cuento, con el típico final feliz.
Saludos.
Etiquetas: Rescoldos
3 Comments:
¿O infeliz? A lo mejor el dueño decidió llevarlo al desgüace... (comentario pesimista de las 12:10 de la mañana)
Perlimpina:
Pues es factible, desde luego...
Lo que queda claro es que al narrador se le terminó la fuente de inspiración...
Agur.
Yo tengo dos coches rojos, uno de ellos viejo, y el cuento me ha tocado la fibra sensible.
Publicar un comentario
<< Home